El otro día me quedé impactada con una escena que vi por la calle.
Verás que es de lo más simple, pero me hizo pensar mucho.
Una mujer ancianísima le tocaba la carita a un bebé recién nacido (seguramente su nieto o tataranieto).
Le miraba con infinito amor mientras sonreía y le decía cosas bonitas, con la voz entrecortada, propia de su edad.
Su piel arrugada, fina, llena de manchitas y con las venas visibles contrastaba tanto con la de aquel pequeñín…
Pensé “fíjate, una a punto de marcharse de este mundo y el otro recién llegado…”
Era como ver a la Muerte dando relevo a la Vida.
(¡Hay que ver lo profunda que me pongo yendo a comprar el pan!)
El caso es que estos procesos están en nuestro día a día.
Continuamente atravesamos momentos de cambio, de muerte y renacimiento.
Nos crecen las uñas, el pelo, mudamos la piel,…
(Fun fact: ¿Sabías que el intestino renueva toda su población celular una vez por semana?)
Dejamos atrás lugares, situaciones, hábitos, incluso personas… para comenzar etapas nuevas en otros sitios, de manera diferente, con otra gente.
Vivimos cambios constantemente.
Esto es así incluso si no nos damos cuenta.
El otoño nos lo recuerda, con las calles llenas de hojas marchitas, síntoma de que la naturaleza se va apagando para entrar en el invierno (aunque este calor que está haciendo -al menos en España- nos tenga un poco desubicados).
Todo son ciclos, etapas, todo está en continua transformación.
Eso es lo único que nunca cambia.
Que nada deja de cambiar.
Y a veces nos cuesta horrores dejar marchar.
Sobre todo cuando eso de lo que nos tenemos que separar nos hacía muy felices, o era parte de nuestra identidad.
Como pasa con nuestra familia.
Que a menudo les vemos desde nuestra perspectiva particular, nos fusionamos con ellos, nos identificamos con lo que nos han enseñado o hemos visto en casa.
Son lo más.
Pero llega el día en el que esto deja de funcionar.
Necesitamos hacer una revisión, alejarnos un poco para poder encontrarnos a nosotros mismos.
Es lo que pasa en la adolescencia (normalmente de modo abrupto y rebelde).
Y es bueno que vuelva a suceder de adultos (ahora ya con madurez y agradecimiento). Ponerle un espejo a nuestra familia para verles como realmente son y para vernos reflejados en ellos, pudiendo reconocer nuestra propia esencia.
Este proceso a menudo lo vivimos como un duelo, porque duele que se nos caiga la venda de los ojos.
Dejamos de ver a papá y mamá como creíamos que eran (perfectos e infalibles), para verles como los seres humanos que realmente son. Con sus luces y sus sombras, como todo el mundo.
Puede que nos descubramos frustrados, estafados, indignados ante ciertas cosas que antes no veíamos.
Pero el conocimiento nos hace libres, y bien encajada esa información, puede ser clave para un renacimiento propio.
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De todo esto estaré hablando este martes en mi ponencia “Cómo conocerte y trascender tu ego a través de tu familia”.
¿Dónde?
En la cumbre virtual gratuita “RENACER” (que podrás ver gratis del 16 al 26 de Octubre -no hay mejor mes para hablar de estos temas-).
Somos 100 ponentes, con charlas de 20-30 minutos sobre los procesos de vida y de muerte, para ayudarte a sacar el Ave Fénix que llevas dentro de ti.
¡Apúntate ya, que empezamos el lunes!
Con cariño,
Ainoa
PD: Por si aún te quedan dudas de cómo funcionan estos eventos en los que suelo participar, es muy fácil. Te registras en pocos segundos con tu email. Y cada día puedes ver las ponencias correspondientes, gratis durante 24 horas.
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PD4: Además de la invitación al evento, te he incluido un artículo sobre los duelos y cómo superarlos, ¡espero que te sirva!
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