El día que casi muero (o no llego a nacer)

Hace unos cuantos años, mi familia volvía a Madrid en el coche después de haber pasado un tranquilo fin de semana en el pueblo de mis abuelos.

La carretera era bastante mala, y llovía a mares.

Iban ya a la mitad del camino, cuando de pronto todo se truncó.

Tras pasar una curva, apareció un coche a toda velocidad y se incorporó a la carretera. Venía de un camino adyacente, y no respetó las señales de tráfico. Decidió que quería meterse, y se metió.

Mi padre se asustó al verle, y para evitar la colisión, pisó el freno y dio un volantazo.

El coche hizo aquaplanning y se metió en el carril contrario, con la mala suerte de que justo venía un camión de frente.

Nuestro coche salió propulsado, dando varias vueltas de campana.

Mi hermana, que entonces tenía 3 añitos, iba en el asiento de atrás dormida sobre las piernas de mi madre (que estaba embarazada de mi, de 6 meses).

A mediados de los ochenta las medidas de seguridad vial eran otro rollo, así que no llevaban cinturón de seguridad.

Con el impacto, mi hermana salió volando hacia delante, empotrándose contra el salpicadero del coche, rompiéndose múltiples huesos y el bazo (el órgano que filtra y purifica la sangre) lo que le produjo una hemorragia interna.

Por suerte, al resto de la familia no les pasó nada excesivamente grave -aunque se tuvieron que someter a varias operaciones después- pero todos siguen vivos.

Mi hermana, milagrosamente también.

La tuvieron que operar de urgencia y estuvo varios meses incomunicada en una cámara de aislamiento (el bazo regula el sistema inmunológico, así que al perderlo, se quedó sin defensas). Tuvo que reaprender a andar después, además de enfrentarse a todos sus nuevos miedos -imagínate el trauma que debió ser para una niña de 3 añitos-

¡Pero sigue viva!

De recuerdo se llevó múltiples clavos en sus huesos, y una cicatriz del grosor de una cremallera que le va del esternón hasta el pubis.

Y yo, que técnicamente no estaba allí, no vi nada, pero lo sentí todo.

Te lo aseguro.

Sentí toda la angustia que vivió mi madre en ese momento y en los meses posteriores, y eso me ha marcado para ser quien soy.

Protejo a los míos y me preocupo que no veas cada vez que van en coche o se ponen enfermos.

Gracias a la vida, no me pasó nada aquel 8 de Noviembre (mas allá del trauma perinatal que me llevé de regalo), pero los médicos no lo tenían tan claro en ese momento… Antes no había tantos medios para seguir el embarazo como ahora.

 

 

Bueno, en cualquier caso, todo esto te lo estoy contando para recordarte que la vida es frágil y efímera. En cuestión de segundos todo se puede ir al garete. Por eso celebramos hoy, 1 de Noviembre, la vida y la muerte.

Nos acordamos de quienes no están, pero sobre todo deberíamos celebrar que nosotros sí estamos aún aquí.

Algún día no lo estaremos.

Y es tan doloroso y angustioso pensarlo, que por eso narcotizamos esta fiesta con disfraces, fiesta, bebida y atrezzo divertido. Calaveras y fantasmitas, bromas y sustos.

Eso está bien, no debemos estresarnos por la muerte, es algo natural (e incluso necesario, porque ¡imagínate cómo estaría el planeta si no hubiera muerto ningún ser vivo desde los inicios de los tiempos!).

No podemos evitar que algún día llegue el momento para todos. Pero sí podemos encargarnos de aprovechar el tiempo que tenemos.

Por eso hoy te invito a pensar en tu huella personal, el sabor de boca que estás dejando a tu paso.

 

¿Qué te gustaría que recuerden de ti cuando ya no estés?

 

Sé que este post ha sido duro, y el más personal que te he enviado nunca. Gracias por leerlo hasta el final.

He dudado mucho de si contar esta historia, porque soy celosa de mi intimidad y además es un tema poco agradable… Pero sé que recibirás y tratarás con cariño esta información que te he compartido.

Nunca me había costado tanto escribir un artículo, qué manera de temblar…

Un abrazo

Ainoa

 

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