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Cómo ser buena persona
y no morir en el intento
Como vimos en el anterior artículo que escribí para Sicología sin P (en el que hablaba sobre qué convierte a alguien en “especialmente bueno”), éstas suelen ser personas a las que les gusta ayudar a los demás, ser amables y hacer las vidas ajenas más fáciles, entre otras muchas cosas.
Pero a veces es difícil encontrar el equilibrio y ser buenos, sin pasarnos de la raya.
Porque si nos excedemos, fomentamos que nos pierdan el respeto y se aprovechen de nosotros. Y eso puede acarrearnos un alto coste emocional.
Podemos ser víctimas de personas manipuladoras, que saben cómo emplear a su favor nuestra tendencia a sentirnos culpables y responsables por todo.
La culpa
Un asunto que suele ser recurrente en mis consultas es este tema de la culpa.
Muchas veces veo cómo buenas personas sufren por dentro cuando (después de haber cedido en muchas ocasiones), se cansan y deciden empezar a tenerse en cuenta a sí mismos, poniéndoles límites a los demás.
Pero claro, lo hacen ya desde el enfado y la frustración…
“¡Si es que de bueno que soy, me paso a tonto! Ya me lo decía mi madre… Siempre tengo más en cuenta lo que quieren los demás, que lo que me conviene a mi”
La traición
Toda esa ira viene de la mayor traición que podemos sufrir: la que nos hacemos a nosotros mismos.
Nos traicionamos cuando no nos escuchamos, no nos valoramos ni tenemos en cuenta. Cuando anteponemos sistemáticamente a los demás y nos dejamos para el final, como si no valiéramos una mierda.
Entiéndeme: está genial ser generoso, querer agradar y cuidar a los demás (¡ojalá todo el mundo tuviera esa bondad y esa capacidad de sacrificio que tienes tú!)
Pero no está nada bien que te cuides poco y no tengas en cuenta lo que tú necesitas. Lo que quieres, lo que te apetece, lo que opinas, lo que sientes, lo que piensas, lo que te viene bien…
Apuesto a que cuando alguien te pide un favor, te cuesta mucho decir que no.
Y cuando lo haces, luego te sientes muy culpable y revuelto por dentro, ¿es así?
Seguramente por eso prefieres decir siempre que sí y ayudar. Porque así evitas ese malestar y te sientes buen compañero, pareja, amigo,… Que además disfrutas sintiéndote útil y evitando que los demás estén incómodos (esto era evidente, es lo que te hace ser buena gente)
Bien, pues esa culpa está tratando de decirte algo, ¡así que primero debemos escucharla y comprenderla, para poder desactivarla después!
Dos tipos de culpa
La culpa es un sentimiento muy necesario, que nos ayuda a regularnos como sociedad, distinguiendo los comportamientos aceptados, de los indeseables (éstos ponen en riesgo el bienestar y el equilibrio del grupo).
Culpa merecida
Sentirás culpa cuando hagas algo que está “mal” , algo que otra persona podría reprobar si te ve haciéndolo.
Este tipo es la CULPA MERECIDA, y va variando según el sistema de valores imperante en cada momento y en cada cultura.
Así por ejemplo, aquí en España está muy mal visto escupir en el suelo. Si te pones a carraspear y a soltar tus fluidos corporales libremente, es muy probable que recibas alguna que otra mirada de asco y desaprobación.
Sin embargo, en China es algo muy común, y lo hacen hasta en el metro.
¡Y en España hasta hace unos 40 años, también era habitual! Las cosas cambian…
Culpa no merecida
El otro tipo de culpa – que es el que más nos interesa ahora mismo – es la CULPA INMERECIDA.
Es la que sientes cuando le dices que NO a alguien que te pide ayuda o un favor, porque te estás cuidando a ti mismo, priorizando tus asuntos y respetándote.
Por ejemplo, tu jefe/a te pide que te quedes más tiempo en la oficina, aunque tu jornada laboral haya terminado, porque hay un asunto importante que atender (y le tienes muy mal acostumbrado, siempre echas horas de más, como si no te costara).
Pero un día te pones a valorar seriamente la situación, y te das cuenta de que tu prioridad es tu familia. Así que le dices a tu jefe que no te puedes quedar, porque tienes que ir a recoger a tus hijos al cole.
Pero a pesar de que sabes que estás haciendo “lo correcto” y justo (no le estás robando horas a la empresa ni nada así), no puedes evitar sentirte un poco culpable e insegura/o.
¡Menos mal que te has ido rápido de la oficina, porque si hubiera insistido un poquito más, seguramente hubieras terminado cediendo… Uuuuf!
Muy bien, pues ahora que ha quedado claro cuál es la diferencia entre los dos tipos de culpa, te animo a que leas el siguiente artículo, en el que te comparto un sencillo ejercicio de Programación Neurolingüística (PNL) con el que podrás controlar la culpa inmerecida en 10 pasos:
¿Quieres mejorar?
Has leído este artículo y te has sentido totalmente identificado/a… Te has dado cuenta de que no quieres seguir sintiéndote culpable, que estás hasta las narices de que se aprovechen de ti, y que quieres aprender a priorizarte.
¡Enhorabuena!
Aunque habrá sido un poco doloroso llegar a esa conclusión, es un gran paso. El primero para empezar a estar bien. El más necesario.
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O lo que es lo mismo, el miedo a perderte todo lo que se cuece ahí fuera, y el sentimiento de que sólo vas a vivir una vez, así que carpe diem, aprovecha el momento.
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