Siempre me he dicho a mí misma que soy una asesina-mata-plantas, que soy torpe cuidándolas a pesar de que me encantan.
Y es algo que decía de broma, aunque lo creía a pies juntillas.
Hasta que un día, hablándolo con una amiga que había venido a casa, me dijo “¡Pero qué dices Ainoa, si tienes un montón y están siempre preciosas!”
Y oye.
Miré alrededor y me di cuenta de que tenía razón. Hacía mucho que no se me pochaba ninguna. Llevan años conmigo y están todas bien sanas y frondosas.
El problema está en lo que yo me venía diciendo a mi misma.
¿Y por qué?
Pues porque cuando era niña tuve unos cuantos cactus. Algunos de ellos se me pudrieron por regarlos demasiado. Otros se secaron por regarlos demasiado poco.
Y algunos otros sobrevivieron. Pero yo no me fijé en ellos.
Me enfoqué en esos 4 ó 5 damnificados de mi falta de experiencia jardinera.
Así que desde entonces me colgué a mí misma esta etiqueta absurda e injusta. Y fui reforzando la idea cada vez que que se me mustiaba una maceta.
Sin querer, con ello ensucié mi autoconcepto y limité mi libertad. Porque dejé de comprar muchas flores -como las orquídeas, que me encantan- por miedo a no saber cuidarlas bien.
Creía que, al ser una especie delicada, yo no sería capaz de mantenerla con vida. Así que me privé de ese placer.
Y te parecerá una tontería, pero a lo largo de los años he tenido cierto miedo. Cada vez que me compraba una planta, lo hacía casi pidiéndole perdón, porque en mi interior ya estaba anticipando el resultado.
“Te voy a acabar secando, lo siento Tronco de Brasil.
Perdóname Bambú, soy torpe.
Voy a hacerlo lo mejor que pueda, pero no te prometo nada, Kalanchoe”.
Pero desde que reconocí que soy buena cuidadora y me liberé de esa losa, no sólo me compro las que quiero, sino que además las cuido mucho mejor y lo hago con cabeza.
Busco en internet el nombre de cada una de mis plantitas para saber qué necesitan exactamente. Así las pongo más o menos cerca de la ventana, las riego cuando y cuanto corresponde, y les doy la cantidad justa de abono.
Casualmente mi tasa de “mortandad herbácea” ha bajado drásticamente desde entonces.
Y como intuyes, esto -que es real- te lo cuento como metáfora, porque nos pasa con temas mucho más graves y menos verdes.
¿Cuántas veces nos hemos autolimitado -o nos hemos creído lo que otras personas han dicho que somos- y hemos ido actuando así, en función de lo que se esperaba de nosotros?
¿Cuántas veces hemos dejado de hacer cosas por no creernos competentes para ello?
¿Cuántas veces hemos tirado la toalla antes siquiera de intentar mejorar o aprender una habilidad?
Desde aquí le doy las gracias a esos cactus mártires, que tuvieron que sacrificar sus vidas para que yo ganara experiencia y me convirtiera en la cuidadora-decente-de-plantas que soy a día de hoy.
Por cierto, este efecto psicológico se llama “Profecía Autocumplida” y va a ser una de las muchas cosas que te voy a contar en mi nuevo Campamento Aihop.
Pero no sólo vas a aprender cosas así de útiles. También te pondrás en marcha para que detectes las tuyas propias y te liberes inmediatamente.
Estate atento, que ya queda poco.
¡Disfruta la semana!
Un abrazo,
Ainoa Mother of Plants
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