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¡Hola!
Espero que estés muy bien.
Hoy vengo con una historia dura (lo advierto de antemano, por si estás muy sensible con el tema “enfermedad y muerte”, para evitarte el disgusto).
Pero como siempre, tiene un sentido y un propósito. Va muy en la línea de lo que he estado contándote en redes sociales estas semanas. Los pensamientos negativos o saboteadores vs. el pensamiento positivo.
He dudado de si escribir este post, porque es un poco personal… pero creo que debo lanzarme. He cambiado los nombres para proteger su intimidad.
Allá va:
En mi edificio somos un montón de vecinos, y yo (que a veces voy despistada), no había caído en la cuenta de que ese señor que no saludaba cuando coincidíamos en el ascensor, no es que fuera un borde… Sino que no podía hablar porque tenía hecha una traqueotomía (operación de garganta, en la que te perforan un orificio en la tráquea para que puedas respirar).
Poco después me enteré de que tenía un cáncer muy agresivo, por lo que le habían tenido que hacer esa intervención y estaba con quimioterapia.
Cada vez le veía más desmejorado, más calvito y paliducho. Se me partía el corazón, así que decidí subir a su casa a ofrecerle mi ayuda si necesitaba algo.
Así conocí a Alfonso y Fefi, su madre octogenaria con la que vivía.
Pocos días después estaba yo haciendo la compra, y al acercarme a la caja a pagar, vi que había un tumulto de gente. Estaban arremolinados alrededor de alguien tumbado en el suelo.
Casualidades de la vida, resultó ser Alfonso.
Al parecer se había desmayado allí mismo, y como no podía hablar, la gente no le entendía. Estaban todos muy nerviosos, menudo susto…
Llamaron a la ambulancia, que tardó un montón en llegar. Mientras, me quedé yo con él, tranquilizándole y dándole apoyo.
Me sorprendió la buena respuesta de la gente, todo el mundo quería ayudar (¡estas son las cosas que te devuelven la fe en a humanidad!)
Resumiendo rápidamente: el pobre hombre tuvo un par de infecciones fuertes en los pulmones, que le tuvieron entrando y saliendo del hospital varios meses. Tuvo que estar mucho tiempo ingresado, recibiendo varios tratamientos antibióticos a la vez.
Su madre, que acaba de cumplir 85 años, ha estado en un sin vivir todo este tiempo. Yo he intentado ayudarles todo lo que he podido, pero tristemente Alfonso falleció hace una semana.
Los médicos le habían dicho que le quedaban máximo 5 meses de vida (aunque al final fue sólo uno) cosa que le ocultó a su madre, para evitarle más sufrimiento y preocupación de la que ya tenía.
Así que te puedes imaginar lo rota de dolor que se quedó la mujer cuando le llamaron por teléfono para decirle que su hijo había muerto.
Los sentimientos
Tras unos días, Fefi fue pasando del shock inicial a una tristeza más serena, pudiendo pensar con más claridad.
Por temas logísticos, la familia no pudo ver ni incinerar a Alfonso hasta pasados 4 días, así que la madre cada vez veía el momento de la despedida más y más difícil.
Me decía “ya verás el lunes, cuando le vea por última vez… va a ser horrible… no voy a sacar fuerzas para decirle adiós, me va a dar algo, me voy a morir ahí mismo… no sé qué va a ser de mi”
“Pero Fefi -le dije suavemente- tú ya te has despedido de tu hijo… El momento más duro ya ha pasado. Fue el viernes cuando te dieron la noticia… De hecho, ese momento de la despedida ya lo has vivido miles de veces en tu cabeza. Cuando aún estaba Alfonso aquí, pensabas continuamente que se te iba a ir, temías su muerte cada día, vivías muy angustiada. Y ahora que ya no está, imaginas mil y una veces el momento del crematorio. ¡Y has sido capaz de sobrevivir a todas esas escenas! Así que eres totalmente capaz de hacerlo cuando llegue el momento.”
“Sí, eso es verdad… pero no es lo mismo -replicaba ella- lo del lunes va a ser horrible, me va a doler tanto… va a ser durísimo…”
Le acaricié el hombro y le pasé un pañuelo – “Sí, por desgracia es muy probable que así sea, Fefi. Lo que estás viviendo tú es una de las cosas más difíciles que te pueden pasar en la vida. Eres una mujer muy fuerte y muy valiente. No me puedo ni imaginar tu sufrimiento… lo siento muchísimo.”
Tras una larga pausa, las lágrimas de Fefi fueron disminuyendo poco a poco.
Continué – “Alfonso se ha debido ir muy agradecido por todos los cuidados y atenciones que le has dado. Y tú tienes que estar muy satisfecha y orgullosa de ti misma por lo bien que te has comportado, has sido una madre excelente. Ojalá todo el mundo tuviera la suerte de poder sentirse tan querido y arropado en los momentos difíciles, hasta el final. Habéis estado toda la familia apoyándole a tope en cada instante, se ha ido lleno de amor.”
Fefi levantó la cara y me miró con una leve sonrisa, llena de alivio y tristeza.
Seguí diciéndole – “La despedida del lunes, aunque vaya a ser muy dolorosa, sólo es un ritual, un paso más. Pero tú ya te has despedido de tu hijo. El lunes le dirás adiós a su cuerpo (que era la forma en la que le conocías). Pero tu hijo era mucho más que esa estructura de hueso y piel. Todo el amor que te dio, no te lo quita la muerte, el tiempo, ni nadie. Eso permanece en ti.”
“Si me permites una sugerencia, cuando estés en el tanatorio, delante del féretro de Alfonso -le dije- aprovecha para darle las gracias por todo lo que habéis vivido, por lo feliz que te ha hecho, por haberte dejado estar a su lado y compartir su vida. En vez de pensar en lo triste que te quedas, en lo terrible de tu pérdida y en todo lo malo, únete a él con tus pensamientos y valora todo lo bueno que has vivido. Porque el vacío que te deja es directamente proporcional al amor que sientes”.
Estuvimos hablando durante un rato largo. Dejé que se expresara libremente y me contara sus miedos y sentimientos, sin interrumpirle.
La realidad
Después intenté ayudarle a pensar de una forma más neutra y constructiva
(y ese es el motivo por el que te estoy contando toda esta historia. Para que veas que incluso en las situaciones más difíciles, lo importante no es lo que suceda ahí fuera, sino lo que nosotros pensamos acerca de ello, el significado que le damos.)
No se trata de negar la realidad y fijarnos sólo en lo bueno o agradable. Eso es irreal, absurdo, inútil y peligroso.
Se trata de ser justos y equitativos, dando a cada cosa el peso que tiene, de forma neutral y objetiva.
Vamos a analizar la realidad en el caso de Fefi (que puede ser parecida a la de cualquier persona que esté sufriendo una pérdida importante):
¿Su hijo está muerto? Sí. ¿Ella se queda muy triste? Sí, mucho. ¿Se queda sola? No del todo, tiene familia y amigos que le están arropando mucho.
¿Le servía de algo recrearse en el sufrimiento y anticipar que le iba a costar mucho despedirse? Sí y no. En parte es una reacción natural del cerebro. Pero no por mucho pensarlo va a conseguir “solucionar el problema” (Alfonso seguirá muerto y así sólo alimentaba su miedo).
La situación no estaba bajo su control. Tenía que aceptar lo sucedido y “soltar a su hijo”.
¿Puede sentirse liberada? Sí, ahora tiene que lidiar con la tristeza, pero ya no con la angustia ni la preocupación. Su hijo ya no sufre.
Su mayor miedo ya ha sucedido, y ella sigue al pie del cañón. Ahora tendrá que aceptar su pérdida y poco a poco, ir reconstruyendo su vida.
La realidad es que Fefi ha llorado mares, le echa de menos a rabiar, y sigue pensando en Alfonso a cada minuto. Pero ahora ese dolor no le desgarra el alma. Ya no se recrea en todo lo malo que ha sucedido, ni en su pena.
Ahora se siente triste y agradecida a partes iguales.
Se ha dado cuenta de la suerte que tiene de haber tenido un hijo a quien ha podido querer y cuidar tanto. Un hijo que ha vivido 62 felices años, que ha podido contar con toda la ayuda que ha necesitado, al que no le ha faltado ni medio medicamento, que ha podido estar meses ingresado en un hospital con cuidados intensivos, tomándose medicinas para suavizar su malestar.
Un hijo que se ha ido -por desgracia- no sin dolores, miedo o enfado; pero sí rodeado de amor, atenciones y cariño.
También sabe que la situación de Alfonso podría haber sido mucho peor.
Podría haberle tocado sufrir en algún lugar del mundo en el que no haya acceso a los medios que necesitaba, en una época en la que no existiera tratamiento, o en una familia en la que no hubiera unión. Podría haber pasado hambre, podría haber vivido una guerra, podrían haber sucedido tantísimas cosas…
Pero sus circunstancias han sido las que han sido. Es lo que le tocó en la lotería de la vida. No han sido nada fáciles. Pero podrían haber sido peores aún.
Y en el fondo, no debemos olvidarnos de que la muerte es algo tan natural como la vida. No podría existir la una sin la otra.
Solo que es tan doloroso recordarlo, que tratamos de no pensar en ello (como si así no fuera a suceder).
Pero la realidad es que todos nos vamos a morir algún día. Y está bien así. Es el ciclo de la vida. Si nadie muriera, el mundo colapsaría, no habría recursos suficientes para todos. Así que debemos ir dejando paso a lo nuevo.
Alfonso sabía más o menos de qué iba a morir y cuándo. Y eso, en parte, es una suerte enorme. Porque se pudo despedir sutilmente de los suyos, tener unos últimos días para compartir y disfrutar a tope de su compañía, dejándoles un buen sabor de boca y bonitos recuerdos, en los que le vieron más sereno y amable que nunca. Porque supo que el tiempo que tenemos no es infinito, y las cosas no duran para siempre.
Quizás nosotros no estemos enfermos como Alfonso, pero también nos iremos de este mundo.
Y, al igual que él, deberíamos vivir aprovechando al máximo cada segundo del día.Tratando de dejar un mundo mejor a nuestro paso.
Porque hoy no es un día más. Es un día menos.
Espero que esta historia agridulce te haya ayudado a cambiar un poco la perspectiva de tus problemas y a ampliar tu forma de ver la realidad. Especialmente si estás afrontando un duelo.
Te deseo un feliz y provechoso día.
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