¿Buena suerte?

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¿Buena suerte?

 

Según una leyenda china, había una vez un campesino anciano, viudo y muy pobre, que vivía en una aldea muy humilde.

 

Un día de verano, un precioso caballo salvaje bajó de las montañas a buscar comida y bebida en la aldea, y acabó en casa del anciano.

 

El hijo del campesino, al oír el ruido de los cascos del caballo en el establo y ver que era un precioso ejemplar, cerró la puerta de la cuadra para evitar que escapara.

 

La noticia voló por la aldea y los vecinos fueron a felicitar al anciano labrador y a su hijo por la gran suerte que habían tenido. Era un animal muy valioso, lo podrían vender por mucho dinero.

 

Pero el labrador les replicó: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y no entendieron…

 

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¿Mala suerte? 

 

Al día siguiente, el caballo logró saltar la valla de un brinco y regresó a las montañas.

 

Cuando los vecinos del campesino se acercaron para decirle que lamentaban su desgracia, éste les replicó: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. Y se quedaron pasmados…

 

Una semana después, el caballo regresó de las montañas trayendo consigo una gran manada. Más de cuarenta ejemplares siguieron al corcel hasta el establo del anciano, donde antes había saciado su sed y apetito.

 

¡Los vecinos alucinaban! De repente, el campesino se había vuelto rico gracias al azar, así que fueron a felicitarle por su extraordinaria buena suerte.

 

Pero éste, de nuevo les respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y los vecinos pensaron que el anciano no estaba bien de la cabeza…

 

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¿Quién sabe?

 

Al día siguiente, el hijo del labrador intentó domar al caballo salvaje, aquél que había llegado la primera vez, ya que era el jefe y si le domaba, ninguna yegua ni potro escaparían del establo. Pero cuando el joven lo montó, el animal se encabritó y le tiró al suelo, partiéndole múltiples huesos.

 

Naturalmente, todo el mundo consideró aquello como una verdadera desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. A lo que los vecinos ya no supieron qué responder.

 

Unas semanas más tarde, el ejército entró en la aldea y reclutaron a todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. El hijo del campesino se libró de ir a la guerra, por lo que los vecinos fueron a felicitarles.

 

¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”

 


 

Reflexión

 

A menudo juzgamos las cosas que nos pasan por los resultados inmediatos… ¡Pero a largo plazo, puede que nos estén haciendo más fuertes, resistentes y sabios! 

 

Sobre todo si sacamos los aprendizajes que tiene cada situación, en lugar de lamentarnos, quejarnos o victimizarnos.

 

Y es que quizás lo importante no sea tanto la fortuna que te toque… sino lo que tú hagas con ella.

 

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