El otro día estaba en la playa dándome un bañito, cuando me vino a la cabeza una metáfora (ya sabes que soy una friki del desarrollo personal y que veo analogías hasta debajo de las piedras).
El caso es que ese día había algo de marejada, y costaba mantenerse erguido en el agua.
Verás, a mi el mar me encanta, pero me da bastante respeto (¡cuántos traumas nos creó la película Tiburón a los niños de los 80’s!)
Así que no soy muy fan de ponerme a nadar como loca por donde no hago pie…
El caso es que estaba yo sumergida hasta la barbilla, observando el día tan bonito que hacía y las gaviotas que revoloteaban cerca mío.
¡Pero no había manera de disfrutar con calma de ese momento idílico! Las corrientes de agua me iban arrastrando y yo no quería alejarme de mi sitio.
Así que escarbé con los pies en la arena del fondo y los enterré profundamente.
Y así me quedé un buen rato.
Notando cómo las olas me mecían de un lado a otro, pero sin llevarme a ningún sitio que no quisiera ir.
Y me dio por pensar en la situación actual.
En todos estos cambios tan rápidos y locos que estamos viviendo en la sociedad, en nuestras costumbres, en el planeta, en nuestra forma de vivir y de relacionarnos.
Estamos sumidos en una enorme incertidumbre, y a veces es fácil sentirse vapuleado por estos cambios, como la pobre Marina revolcada por las olas.
Por eso creo que es más importante que nunca construir unas bases firmes en nuestra vida.
Saber quién eres, conocer tus valores, estar a gusto contigo mismo, sentirte a salvo dentro de tu propia cabeza sabiendo que te cuidas y que puedes confiar en ti mismo porque no te haces daño. Confiando en ti porque fortaleces tus “músculos emocionales“, esos que te ayudarán a hacer frente a lo que venga.
Así que me quedé con esa sensación metafórica.
Porque sentí que ilustraba bien la actitud que procuro y quiero tener en la vida.
Una firmeza personal, un tener los pies en la tierra sabiendo en todo momento quién soy, dónde estoy, qué es importante para mí, qué quiero y qué no,…
Una actitud flexible y tranquila ante los cambios, fluyendo con ellos sin frustrarme porque las cosas no salgan como yo quiero.
Y una confianza en mis capacidades y herramientas personales. Estando atenta a los cambios y sabiéndome en control de la situación. Porque si la cosa se hubiera puesto seria: sé nadar, mis piernas y brazos son fuertes, e incluso tengo voz si necesito pedir ayuda a gritos.
Y te animo a que tú también procures verte y sentirte así.
Anclado pero flexible.
Y siempre recordando que:
Toda crisis tiene 3 cosas:
– Una solución
– Una fecha de caducidad
– Una enseñanza
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