Los peligros del mar…

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Hacía un día estupendo en la playa, brillaba el sol y no se veía ni una nube.

Se escuchaba el ruido de las gaviotas, las risas de los niños jugando en el agua, las conversaciones de los que paseaban por la orilla…

Un escenario idílico, de lo más tranquilo y agradable.

Para todos menos para Marina, que iba a vivir su particular infierno sin que nadie se diera cuenta.

Se había metido al agua y se había alejado nadando mar adentro. Durante un largo rato disfrutó la sensación de libertad que le daba flotar boca arriba, dejando el cuerpo flojo sin oponer resistencia.

Cuando se cansó, volvió buceando a la costa.

Estaba ya a punto de salir para secarse en la toalla, cuando se tropezó a la vez que venía una ola.

Le zambulló con violencia, revolcándole por la arena del fondo y creando un peligroso remolino bajo la superficie, del que le pareció imposible salir.

 

mujer agua emocion

 

Consiguió sacar la cabeza con los pelos revueltos -que le llenaban la boca de agua salada-. A duras penas pudo recuperar un poco de aliento antes de que llegara la segunda ola.

Se repitió el proceso unas cuantas veces más.

Marina dando vueltas bajo el agua, revolcada en la arena como una croqueta, luchando por mantenerse a flote, sacando la cabeza y volviendo de nuevo a ser vapuleada.

No debieron ser más de dos minutos, pero le dio tiempo a hacer testamento mental y repasar los momentos claves de su vida, como en las películas.

Cuando por fin consiguió ponerse de pie -exhausta, aterrorizada, llena de arañazos, conchitas y algas- se dio cuenta de lo absurdo de la situación.

Había unos niños de pie a su lado jugando a la pelota y el agua no les llegaba ni a la cintura.

Su mundo se había paralizado, y ahí nadie se había percatado de nada. Seguían a lo suyo tan contentos.

Habían recibido las mismas olas que ella, pero ni se habían enterado.

¿¡Como puede ser!?

 

Le embargó una sensación de vergüenza y enfado consigo misma por no haber sido capaz de sobreponerse antes.

¡Ella, que se consideraba grácil y fuerte como una gacela, había acabado como el Monstruo del Lago y con el bikini del revés!

Salió manteniendo el poco orgullo que le quedaba, pensando en la ironía de llamarse Marina y haber estado a punto de morir en 50 centímetros de agua.

 

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Y es que a veces así es la vida.

No hace falta que vengan grandes tsunamis para dejar patas arriba nuestro mundo interno.

Basta con que vengan unas cuantas olitas, que si te pillan débil o despistado te pueden dejar sin aliento.

Y a cada cual le afectan de un modo.

Tus olas son tus olas, no tienes que avergonzarte de que te hayan dado hoy un revolcón.

En otras ocasiones las sorteaste hábilmente. Puede que incluso te divirtieras saltándolas. Que las encararas de frente sin mayor dificultad. Pero hoy tropezaste y te sobrepasaron. Hoy te fallaron las fuerzas. Y aprendiste una gran lección.

Lo peligroso no son las olas, es permanecer demasiado tiempo bajo el agua.

Desde aquel día, Marina es mucho más humilde y pone más cuidado al meterse al mar. Dejó atrás la vergüenza e incluso recuerda su anécdota con gracia.

Si a ti tampoco te gusta sentirte como un pelele revolcado por los problemas y quieres llevar el timón de tu vida sin esperar a que venga ningún salvador a rescatarte, quizás te venga bien mi curso Tu viaje interior  (que también sigue una metáfora marina).

 

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