Ana está harta de sentirse insatisfecha.
Cada mañana le cuesta más encontrar las fuerzas para levantarse de la cama.
Suspira demasiado.
Sonríe, pero menos que antes.
Casi todo le va bien en la vida y no tiene problemas especialmente graves (excepto un desengaño y algún objetivo por cumplir, pero nada destacable).
Aún así, nota en su interior cierto poso de negatividad y amargura.
Su cabeza no para de dar vueltas todo el día, fijándose en lo que falla, en lo que le falta, en lo que podría salir mal.
¡Incluso en los momentos agradables con sus seres queridos!
Ana aparenta tranquilidad, pero por dentro es un torbellino:
“Huy, Clara ha puesto mala cara, seguro que le ha molestado mi comentario… No sé para qué abro la boca, siempre meto la pata… No debería haber dicho nada”
¡Se juzga tanto a sí misma!
Cada vez que se mira al espejo critica algo de lo que ve. Sabe que se exige demasiado, pero no lo puede evitar.
Ana es especialista en olvidarse de sus virtudes. No se fija en los avances que ha hecho, no valora sus esfuerzos.
No es consciente de cuánto vale ni de lo fuerte que en verdad es.
Sin embargo, siempre tiene en mente sus fallos y defectos, a pesar de que a menudo recibe piropos y ánimos.
De hecho le incomodan los cumplidos, no se siente merecedora. Cree que lo dicen por quedar bien, o porque buscan algo a cambio.
Está en continua lucha consigo misma.
Se está transformando en su peor enemiga, y cada día se siente más presa de sus pensamientos.
Este maltrato le va apagando poco a poco. Se va haciendo más pequeñita, más insegura, más rígida e indecisa.
Ana cree erróneamente que si controla lo de fuera, logrará estar en paz por dentro.
Por eso procura ser tan ordenada, vigilar lo que come, estar encima de sus seres queridos, dar la mejor imagen posible…
Al no confiar en sí misma, teme los cambios.
Se cierra puertas, deja pasar oportunidades interesantes, rehuye conocer gente nueva, tarda mucho en tomar decisiones, procrastina, posterga sus asuntos…
Aún así, no se rinde.
Siempre piensa en nuevos planes para mejorar su vida.
Se anima e ilusiona al principio… Pero sin darse cuenta, se sabotea en cuanto empieza a tener éxito.
¡Es un círculo vicioso! Cuanto más lo intenta, más fracasada e incapaz se siente.
Sus ganas y energía fluctúan tanto… Hay días que va como un zombie, mientras que otros se siente Superwoman.
Esta montaña rusa no le permite darse cuenta de que tiene la autoestima baja.
Así que ha decidido que quiere dejar de sufrir y de perder el tiempo.
Quiere hacerse fuerte y aprender a enfocar las cosas desde otro punto de vista.
Sabe que puede y sobre todo, sabe que se lo merece.
Por eso Ana está a punto de apuntarse al Campamento Aihop.