El otro día estaba hablando con una querida clienta, que me comentaba lo que está disfrutando del confinamiento por el covid-19.
Se encuentra tan a gusto en casa, que sólo de pensar que en breve tendrá que volver a la oficina, le entra cierto estrés.
¿Y sabes qué?
¡Es algo que nos está pasando a muchos!
Sin llegar a caer en la angustia del “síndrome de la cabaña”, pero sí que nos da pereza volver a la “normalidad”. Porque eso significa salir ahí afuera, con las prisas, los ruidos, las exigencias de la vida moderna…
En casa nos podemos sentir a salvo, tranquilos, con todo controlado, sin riesgo de contagio.
Podemos pasar más tiempo con nuestra pareja, hijos, familia, mascotas,… Podemos organizarnos para descansar más, cocinar sano, dedicarnos a nuestros hobbies o descubrir otros nuevos.
Muchos se han dado cuenta de que el teletrabajo es comodísimo. Permite la conciliación familiar y en algunos casos, estar mucho más concentrado sin perder el tiempo en cosas innecesarias.
Por no hablar del tiempo que ahorramos en desplazamientos, y al no maquillarnos ni arreglarnos tanto.
En casa podemos estar todo el día en ropa cómoda, descalzos o con zapatillas blanditas…
¡Es el paraíso!
Tu casa es tu madriguera, donde puedes ser tú mismo todo el día sin preocuparte por el qué dirán, sin tensiones sociales, sin tener que estar agradando o procurando encajar (que en mayor o menor medida es algo que todos hacemos; en eso consiste integrarse en sociedad… y ahora nos damos cuenta de la cantidad de energía que nos consumía este esfuerzo).
Así que no es raro que una parte de ti desee seguir con el #quedateencasa.
Además en muchas ocasiones, salir ahí fuera significa tener que retomar situaciones que quedaron paralizadas a la fuerza por el confinamiento. Algo que quizás al principio te resultó un fastidio, pero que a la larga ha sido la excusa ideal para descansar, recuperar energías, pensar mejor las cosas y encontrar otro punto de vista.
O quizás ha sido todo lo contrario, y cada vez te da más miedo o pereza enfrentarte a ese asunto.
Como la ruptura de pareja. El tiempo que os tomasteis para recapacitar y decidir qué hacíais con vuestra relación. La mudanza que se quedó a la mitad. El proyecto que pensabas lanzar. La conversación difícil que ibas a tener con esa amiga. El volver a ver a tu ex en el trabajo. Reencontrarte con esa persona que tanta pereza te da,…
Es normal que ahora -que por fin te habías amoldado a este nuevo ritmo de vida, más pausado e intimista- te cueste reunir las fuerzas y energías necesarias para retomar tus asuntos pendientes.
Se te hace un mundo sólo de pensarlo.
¡Y es que es totalmente normal!
Tómatelo con calma, date tiempo.
Ten en cuenta que esta vuelta a la “anormalidad” va a ser muy progresiva. Que te vas a ir acostumbrando, igual que hiciste al revés. Y que ahora has ganado una nueva perspectiva más calmada y madura, gracias a la cual quizás estés empezando a valorar las cosas realmente importantes de la vida.
Un buen truco es ir arrancando motores poco a poco.
Ir preparándote mental, emocional y físicamente para la “vuelta al ruedo”.
Una buena manera es hacer una reestructuración del espacio.
Limpiar, ordenar, deshacerte de lo que ya no necesitas en casa.
Como una oruga que va rasgando su crisálida para salir en breves, convertida en mariposa.
En esas estuve yo el fin de semana pasado, reordenando todos los armarios y cajones. Y mientras hacía este proceso, me di cuenta de una cosa sorprendente.
Verás, desde hace unos 4 años sigo unas tendencias -que se pusieron más o menos de moda- como el minimalismo, el zero waste, el slow life, el do it yourself (diy), el hygge y la locura de Marie Kondo.
Y caí en la cuenta de que ¡todos estos movimientos parecían estar preparándonos sigilosamente para lo que se nos venía encima!
Da hasta un poco de yuyu pensarlo, la verdad.
En general, lo que promulgan todas estas tendencias es la vuelta a lo esencial, a lo natural, a lo imprescindible. Nos proponen que redescubramos el placer de lo cotidiano, de lo sencillo, de ir más despacito por la vida, apreciando y disfrutando los pequeños detalles.
Que dejemos de consumir como locos, que seamos más respetuosos con la Madre Naturaleza.
Que evitemos generar y consumir plásticos y envases para todo, que tomemos consciencia de la cantidad de residuos que desechamos.
Que procuremos hacer nosotros mismos todo lo que podamos, reciclando, reutilizando materiales, cosiendo, remendando, reparando para dar una segunda vida a todos los objetos.
Que procuremos volver a una alimentación más natural, menos procesada, más sana y sencilla.
Que controlemos el consumismo y las modas absurdas, eligiendo comprar sólo lo que de verdad necesitemos.
Incluso que hagamos limpieza en casa, vendiendo o donando lo que ya no necesitamos o no nos hace felices, y ordenando el espacio de una forma armónica, coherente y estética, para dejar fluir la energía por el espacio y liberar nuestra mente.
Y puede que no conocieras el nombre de estas “modas anti-moda”, pero seguramente tú también las seguías sin darte cuenta.
Por eso desde hace tiempo llevas tu bolsa de tela al supermercado, comes quinoa, has aprendido a coser, utilizas wallapop u otra plataforma para vender lo que ya no usas, y pones cuidado en reciclar la basura.
Y es que quizás como sociedad hemos ido tomando consciencia de que sólo tenemos un planeta, y no lo estábamos cuidando nada bien.
Que los recursos son escasos y vivimos como si no costara generarlos.
Que el tiempo es oro y lo estábamos malgastando en priorizar cosas absurdas que no nos hacían tan felices como esperábamos.
En definitiva, estas tendencias que hemos creado, nos insinuaban que era necesario frenar esta forma de vida tan loca que llevábamos.
¡Y vaya si la hemos frenado!
Nos invitaban a abrir los ojos, a tomar consciencia… ¡Y vaya si hemos despertado!
A valorar los recursos que ya teníamos, darnos cuenta de que es más que suficiente para vivir.
Nos animaban a ir más despacio. A cuidar y valorar las relaciones, los momentos, la salud, la VIDA…
¡Y creo que nos hemos dado cuenta de que no hay nada más importante que esto!
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