¿Alguna vez has salido con alguien a quien tuvieras idealizado?
¿Un ser perfecto e inalcanzable, que te derritiese con sólo mirarle?
¿Una pareja a quien tuvieras tanto miedo de perder, que sin querer hayas estado permanentemente en tensión, convirtiendo tu relación en una campaña de marketing perpetua para convencerle de que tú eras la mejor opción?
Cada cita tenía que ser perfecta, emocionante, apasionada, romántica y especial.
Nunca podías bajar la guardia ni dormirte en los laureles, vaya a ser que se te escapase…
Y es que quizás en el fondo no terminabas de creerte que semejante ser cuasi-divino estuviera contigo; sintiéndote a medio camino entre el orgullo y el pánico constante.
Algo similar a esto le pasó a uno de mis clientes (llamémosle Iván para preservar su intimidad), quien está en pleno proceso de duelo amoroso.
Se ha dado cuenta de que semejante esfuerzo continuo por agasajarla terminó desgastando sus energías y su autoestima.
Se convirtió en lo que creía que Julia (nombre ficticio) deseaba, negando su propia personalidad y necesidades, dejando de lado cosas que para él eran importantes, con tal de satisfacerla a ella y mantenerla a su lado.
Durante nuestra sesión me decía que sentía desequilibrados los poderes en la relación, habiéndose convertido en su perrito faldero.
En ese momento no veía más que sus propios errores y defectos, fustigándose por haber sido -según él- un pelele.
– “¿Cuál crees que fue tu nivel de “perrelismo” real durante la relación?” – Le dije
– Iván soltó una carcajada: “¿¡Perrelismo!?”
– “Claro, ¡de perrito pelele!”
Tras unas risas (y de animarme a que usase el término en este email), Iván se dio cuenta de que realmente no había sido tan “perrele” en la relación como creía.
O al menos no todo el rato.
Un 70%, en lugar del doloroso 100% que sentía al principio.
Pudo identificar bastantes momentos que tuvo de reafirmación y de reclamar lo que consideraba justo. Lo cual le dejó bastante más tranquilo y calmó un poco su dolor.
Y tras esto, pasamos al siguiente tema peliagudo: el no aceptar las cosas como son y empeñarnos en forzarlas como nosotros queremos que sean, hasta rozar la cabezonería.
Iván llegó a la conclusión de que su visión de Julia no era ajustada.
En verdad estaba enamorado de la ‘versión ideal de ella que tenía en mente‘, y no del ‘ser humano que tenía delante’.
Si la hubiera visto con las gafas de realidad -y no con el filtro Disney activado-, se hubiera dado cuenta de que tenía muchas cosas que para nada iban acordes a sus valores, a lo que él busca en la persona con quien compartir su vida.
Si se hubiera querido y valorado más a sí mismo, sin posicionarse -energéticamente hablando- por debajo de ella, sin verla como un ser superior a quien convencer para que le regalara su amor y atención… Probablemente no hubiera tolerado ciertas cosas, se hubiese mostrado mas auténtico y la relación hubiera sido diferente.
Pero no pasa nada, está perfecto así, las cosas fueron como tenían que ser.
Gracias a esta experiencia está aprendiendo mucho, ahora sabe cómo no quiere sentirse y qué no está dispuesto a volver a experimentar.
Por suerte Iván está mucho mejor gracias al trabajo interno que está haciendo, y estoy segura de que pronto habrá curado sus heridas.
(Ese momento mágico en el que se rió sanamente de su drama, le catapulta a la recuperación total).
Pero a todos nos puede haber pasado algo parecido en alguna relación.
Quizás te has esforzado especialmente por agradar a tu jefe, o a tus padres, a alguna amiga de carácter fuerte, a un compañero de trabajo…
Puede que hayas hecho cosas guiado por esa necesidad de gustar y recibir la aprobación del otro, poniendo por delante el listón ajeno y sintiéndote inferior a los demás.
Así que a partir de ahora por favor, nada de “perrelismos” y más autoamor.
Un abrazo,
Ainoa