¡Se está cometiendo un trauma!

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Hace unos meses iba por la calle, y al cruzar vi a una niña de unos 6 años sentada en un carrito de bebé… que no estaba vacío.

Es decir, se había sentado SOBRE su hermano.

La madre estaba despistada en ese momento, hablando por teléfono mientras se ponía en verde el semáforo, así que no se dio cuenta de nada.

Imagino que la niña estaba cansada y decidió que el bebé estaba lo suficientemente blandito como para hacer de taburete.

Por suerte fueron unos pocos instantes.

De hecho, al principio la escena me hizo bastante gracia… hasta que vi la cara de agobio del pequeño.

Y pensé:

¡Vaya! Quizás en este preciso instante se le está creando un trauma a este pobre niño (que en un futuro será adulto), ¡y nadie se está dando cuenta!”

Claro.

Los traumas se crean en algún momento, a lo largo de nuestro tiempo vital, de nuestra línea de vida.

Pero no siempre tienen que ser ante grandes tragedias o momentos objetivamente impactantes.

Basta con que quien lo sufra, se lleve un buen susto o shock emocional.

Se pueden formar en situaciones cotidianas, en momentos fugaces y a veces imperceptibles desde fuera.

Puede ser en un simple paseo por la calle, rodeado de gente ajena a la situación, que caminan absortos en sus propios pensamientos.

Sacando conclusiones

Y mientras, este pobre niño, ahí espachurrado en su carrito, (quizás) está asociando la idea de que la voluntad ajena (o la de su hermana concretamente) es más importante que la suya propia.
Que no se puede defender.
Que la comodidad tiene un precio.
Que el peso de la familia puede ser opresivo.
Que no se puede fiar de nadie, ni siquiera de su madre, porque no va a estar ahí para salvarle siempre.
Que tiene que mantenerse alerta y aprender a defenderse, porque la gente puede ser egoísta.
Que cada cual va a lo suyo,…

Vete tú a saber qué asociación de ideas podría estar haciendo su cerebro (si es que esta paja mental que me estoy montando fuera cierta).

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Y muy seguramente, ni la hermanita quería hacerle daño, ni la madre pase de sus hijos.

Simplemente se da una situación, y el cerebro del damnificado saca sus propias conclusiones, con la intención de aprender rápido lo necesario para sobrevivir en futuras ocasiones parecidas.

*Como siempre, no te quedes con el sentido literal de lo que digo, que ya sabes que hablo en términos de metáforas y posibilidades… Esta misma reflexión se puede aplicar a otras situaciones. Realmente para la conclusión de este artículo “nos da igual” si este niño en concreto sufrió o no un trauma en su carrito de paseo.*

(¡Bueno, pobrecito, no me da igual! Ojalá no lo sufriera ni entonces ni nunca… pero ya sabes lo que quiero decir)

Muchos de nuestros miedos y limitaciones fueron creados en momentos así de fugaces y superficiales.

De la mayoría no somos -ni seremos- conscientes.

Otros los podremos decodificar en algún momento. Y en ese instante en los que los volvamos conscientes, abriremos una rendijita para poder transformarlos y sanarlos.

¡Es la magia del autoconocimiento!

 

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