(2º parte) 25 peligros de no marcar límites

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Este artículo es la continuación de este otro, en el que explorábamos las amenazas que tiene para nuestros seres queridos el no ser asertivos, no delimitar bien nuestras relaciones.

Te animo a que leas ese primer artículo antes de continuar con este.

Como vimos, cuando eres “demasiado buena persona” y te centras completamente en complacer o cuidar a los demás, puedes acabar generando el efecto contrario del deseado.

Con tu buena intención buscas tener relaciones satisfactorias y fluidas, que no haya conflictos, que los demás tengan una vida más fácil y placentera… Pero a la larga las dinámicas tóxicas y los problemas terminan aflorando.

Hoy vamos a ver cómo esto puede afectarte a ti personalmente.

¿Por qué el no marcar límites sanos puede ser peligroso para ti?

 
  • 13. Tienes menos tiempo libre

Si no pones límites, dispondrás de menos hueco en tu agenda para ti mismo y para tus intereses. Estarás tan ocupado atendiendo las demandas externas, que te costará encontrar el momento para hacer lo que realmente deseas.

Al no ser asertivo, tendrás que dedicar tiempo y energía en hacer esos favores o actividades a las que te has comprometido (independientemente de que te apetezcan y te vengan bien, o no).

El tiempo es lo más valioso que tenemos. Es un recurso escaso, cada segundo que se va, no vuelve.

Así que cada minuto que inviertes en ocuparte de los asuntos ajenos, estás dejando de dártelo  a ti. Es decir, que es un regalo maravilloso, lo más valioso que puedes dar (siempre que sea tiempo de calidad).

Recuerda que no te estoy instando a convertirte en un ser egoísta y despiadado. ¡Todo lo contrario!

Simplemente te animo a que no mal acostumbres a los demás a entregarles tu tiempo ni tu energía sistemáticamente. Hazlo sólo cuando tú consideres libremente.

  • 14. Te genera agotamiento físico y emocional 

Estar todo el día al servicio ajeno y tratando de agradar, te drena la energía interior y exterior.

La energía también es un recurso que debemos proteger (mucho más de lo que creemos).

Cuando nos vaciamos por haber dado demasiado a los otros, no sólo no podemos seguir ayudando con la actitud y la dedicación que nos gustaría, sino que además nos cuesta más recargar nuestras pilas vitales, podemos caer en el síndrome del “burn out” (acabar quemados emocionalmente) y con una gran frustración interna.

Estar ausente de tu propia vida es de las peores traiciones que puedes sentir. Estás desperdiciando lo más valioso que tienes. Piénsalo.

  • 15. Te desconectas de tus necesidades

Si siempre antepones las necesidades y deseos de los demás, puede llegar un momento en el que no te conoces, no sabes quién eres, qué quieres, qué te gusta.

Te has anulado durante tanto tiempo, que te sientes perdido. Hasta las decisiones más pequeñas te cuestan una barbaridad, porque no valoras tu propio criterio.

Te has convertido en un extraño para ti mismo, y eso puede terminar generando en una crisis de identidad, una crisis vital, una depresión, etc.

  • 16. Dañas tu autoestima

Porque inconscientemente interpretas que los demás son más importantes que tú, que ellos siempre van por delante, que sus asuntos son más prioritarios, y que lo tuyo puede esperar.

Ya sabes que lo deseable es que te trates como si fueras tu mejor amigo/a, alguien que te quiere bien, te trata bien, te valora y te respeta. Y tu mejor amigo quiere lo mejor para ti, te trata como a un igual. Valora tus necesidades al mismo nivel que las suyas propias.

¿Te estás queriendo como esa figura te querría?

  • 17. Sensación de auto-abandono

Cuando no te cuidas y proteges, es fácil que sientas que te has traicionado y abandonado a ti mismo. Lo que genera un profundo vacío, tristeza y enfado (tanto con los demás como -sobre todo- contigo).

¿Cómo te relacionas con los otros cuando te sientes así?

¿Cómo te tratas a ti cuando te das cuenta de que siempre te dejas para o último, que no valoras tu opinión ni tus necesidades?

  • 18. Basas tu autoconcepto en ser “buena persona” 

Puede que, en parte, por eso te dé tanto miedo dejar de complacer a todo el mundo.

Si crees que en gran medida tu identidad se asienta en lo bueno que eres y lo que te aprecian quienes te rodean… ¿quién serás cuando empieces a ser más (sanamente) egoísta? ¿En qué te convertirá eso? ¿Y si dejas de caer bien y recibir cariño?

El agradecimiento se puede convertir en una droga para quienes lo confunden con amor.

Empezar a cuidarte tan bien como cuidas al resto de personas NO TE CONVIERTE EN ALGUIEN EGOÍSTA ni egocéntrico.

  • 19. Culpabilidad, hagas lo que hagas.

Si priorizas a los demás, sientes culpa por no cuidarte.

Y si no cedes o no haces favores, sientes culpa por ser “mala persona” (y eso es la puerta de entrada por la cual te pueden manipular mejor). 

Es muy incómodo sentirse así, pero la buena noticia es que la culpa se puede (y se debe) gestionar para controlarla y que no te juegue malas pasadas.

 

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  • 20. Guardas rencor

No sería de extrañar que, ante tantos abusos, termines sintiendo algo de resentimiento hacia quien no valora o agradece tus continuos esfuerzos, o no te hace sentir tan tenido en cuenta o apreciado como esperabas.

Piensa cuáles son los motivos reales de esta actitud complaciente que tienes, más allá de los evidentes (forma parte de la educación que recibiste, de tu forma de ser, de cómo entiendes las relaciones,…)

¿Ayudas, te sacrificas y das, sin esperar nada a cambio?

En el fondo, probablemente el mayor enfado sea contigo mismo/a, por permitir que te tomen el brazo entero cuando tú sólo les diste un dedo.

Recuerda que los demás podrán hacer o dejar de hacer lo que quieran, pero eres tú quien debe protegerse, y delimitar tus intereses.

  • 21. Temes tu propia agresividad

Siempre cedes y aguantas, callas lo que te molesta porque no quieres generar “mal rollo” a tu alrededor. Pero la paciencia tiene un límite.

Así que esa “olla exprés” en la que te has ido convirtiendo, termina por estallar tarde o temprano.

A veces con indirectas y sarcasmo, pero otras veces es con brusquedad y agresividad verbal. Puede que incluso les llegues a echar en cara todo lo que has ido guardando este tiempo.

Y claro, no te gusta nada verte actuando así. Te pones muy nervioso, se te descompone el cuerpo.

Luego te entra la culpabilidad y remordimientos, sufres por haber reaccionado de ese modo y haber incomodado a los demás (lo que parece ir en contra de esa imagen de “buena persona” que tanto te esfuerzas en cultivar)

 

  • 22. Puedes desarrollar miedo al conflicto e “indefensión aprendida“

Como no das la cara por ti mismo -hasta que explotas agresivamente- te quedas con la sensación de que no puedes confiar en ti, ni en tus recursos para lidiar con los enfrentamientos. 

Éstos te acaban dando pánico y los evitas a toda costa.

Prefieres huir y eludir las situaciones que puedan generar un roce, una incomodidad en tus relaciones. 

Esto se convierte en un círculo vicioso que te va desempoderando cada vez más, alimentando ese miedo a los roces interpersonales.

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  • 23. Falta de práctica poniendo límites

Cuando intentas levantar barreras, como no tienes muy adquirida esta habilidad, es fácil que te sientas torpe, antinatural, inseguro, injusto,… 

Y ante esta incomodidad, prefieras volver a tu zona de confort, porque te resulta más fácil sacrificarte y encargarte tú de las cosas, que seguir siendo firme y asertivo.

Esto forma parte también del bucle que te mantiene en esta situación indeseada.

  • 24. No evolucionas

Si no te esfuerzas en aprender a poner límites y superar esa incomodidad, no creces como ser humano, no trasciende sus límites, no aprendes nuevas herramientas. Permaneces estancado, repitiendo una y otra vez los mismos patrones nocivos, atrayendo a la misma gente tóxica.

Y te seguirá pasando una y otra vez, con diferentes personas, de maneras distintas (pero con el mismo problema de base) hasta que desbloquees este patrón nocivo contigo mismo.

  • 25. Puede que desarrolles el síndrome del salvador

Si te has sentido identificado con todas las situaciones que he ido describiendo, es posible que tengas el síndrome del salvador. 

Es decir, que sueles intentar rescatar a los demás de sus problemas, responsabilizándote de lo que les pasa, tomando el rol de padre o madre de otras personas (como tu pareja, amigos o compañeros) que en verdad son adultos competentes, como tú.

Así, sin darte cuenta, te posicionas por encima de ellos, porque en el fondo no confías en que puedan resolver sus dificultades por sí mismos (y tú sí).

A través de esta dinámica inconsciente, terminas haciendo más pequeños a los demás, mientras que tú te engrandeces, sintiéndote fuerte, capaz e importante. Esto produce malestar emocional, además de confusión y desequilibrio en la relación.

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Como ves, a veces las cosas no son lo que parecen. Es fundamental abrir los ojos, ser honestos con nosotros mismos y responsabilizarnos de lo que estamos provocando.

En la vida nunca hay “un malo y un bueno”.

Hay dinámicas y patrones que generamos con nuestra forma de interactuar y relacionarnos.

Quedarnos sentados, llorando y quejándonos de lo mal que nos van las cosas, no hace más que perpetuar el problema desde una posición de víctima.

Debemos aprender a establecer y mantener relaciones equilibradas, en las que todos los miembros se comporten y se sientan como individuos con los mismos derechos y obligaciones, con la misma importancia y valor.

Lo primordial de los límites no es sólo ponerlos firmemente, sino mantenerlos de forma coherente, continuada. Evitando caer en actitudes pasivo-agresivas en las cuales das y ayudas en exceso, para luego enfadarte y “castigar” retirando tu respaldo o alejándote de las personas.

Aprender a cuidarte tan bien como haces con los demás, favorecerá que tengas relaciones más estables y fluidas, que te sientas más a gusto contigo y con tu vida.

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